Las uvas provienen de viñedos viejos de Garnacha ocalizados en colinas a 700-1000 metros de altitud. Plantados mayoritariamente en suelos de rocas y gravas arcillosas. El vino alcanza una gran complejidad tras permanecer 12 meses en barricas de roble Francés.
Tras la perfección de un racimo de uvas Garnacha respiran las viñas centenarias de los campos de Calatayud. Ponen su azulón aterciopelado a un paisaje de barrancos, almenas y estepas que conquistó el Cid Campeador. Por algo la llaman la madre de todas las variedades, vigorosa y resistente, fértil de sabores afrutados que se combinan en la copa con recuerdos florales y balsámicos.
Las raíces de estas cepas longevas se aferran a unos suelos de pizarra que trepan por las laderas de los montes de la aragonesa Ateca, ciudad celtíbera. Siglos y siglos han visto compensados los sinsabores de la vida con el vino noble de sus viñedos.